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» Nada es lo que parece ser... || Benjamin
Nada es lo que parece ser... || Benjamin EmptyDom Nov 17, 2013 8:31 pm por Lucrezia S. Sforza

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Nada es lo que parece ser... || Benjamin

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Nada es lo que parece ser... || Benjamin Empty Nada es lo que parece ser... || Benjamin

Mensaje por Lucrezia S. Sforza Sáb Nov 09, 2013 7:12 am

Londres, Inglaterra.

Nuevo país, nuevo comienzo y por supuesto, nueva vida… o al menos, eso es lo que se suele decir aquí cuando un extranjero llega dispuesto a residir en este país; y eso era precisamente lo que ella llevaba escuchando día tras día desde su arribo a tierras londinenses. Ella, italiana desde la cuna, aún no asimilaba del todo el hecho de haber dejado su patria amada, la bella Italia para dar un cambio radical, en un lugar en el que no pensó vivir jamás, pero ahí estaba. ¿Empezar de cero? ¿Cómo lo haría? ¿Cómo se podía comenzar de cero cuando los últimos acontecimientos de su vida habían cambiado de tal modo su mundo? No, aquello era, en absoluto y por completo, imposible.

-Tienes una casa preciosa, querida Lucrezia.-Aquella voz que se dirigía a ella con tanta naturalidad le hizo volver a la realidad en cuestión de segundos. Si no hubiera sido porque aquella obesa y pelirroja mujer había abierto la boca, Lucrezia habría pensado que estaba sola. Y sí, en efecto, le daba la razón; aquella era una casa preciosa, acogedora y bastante sencilla, pero sin duda una maravilla arquitectónica, de las construcciones más apreciadas en aquel suburbio londinense.  -Y unos hijos preciosos…- Una vez más le dio la razón: Armand, Regina y Giovanni eran sin duda tres niños bastante sanos y fuertes, además de que la inocencia aún se podía vislumbrar en esos rostros infantiles. Seguramente Stella también habría sido igual que ellos de haber tenido la oportunidad.

Suspiró, volviendo a erguir la postura mientras permanecía sentada en aquella sala, observando a la mujer de cabello rojo conocida como Lucille Dangliesh, una fémina que no debía rondar más de los cuarenta o cincuenta años a lo sumo, conocida por toda esa reducida comunidad por inmiscuirse en la vida de todos y cada uno de los habitantes. Una mujer que había adoptado recientemente el hábito de acudir a la casa del matrimonio Lux para tomar el té a las cinco de la tarde, siempre puntual; una mujer a la que Lucrezia toleraba sólo porque en aquel entonces y hasta ahora, no tenía a nadie más.  -Los tres están a punto de cumplir seis años. Y tienen notas académicas excelentes. Los profesores están más que encantados.-No supo qué más decir. Claro que estaba orgullosa, pero en aquel momento no pudo decir más.

Frunció el entrecejo al ver como Lucille se alisaba el abrigo y vertía algo más de té para sí, dejando caer luego dos cubos de azúcar dentro del líquido para posteriormente mezclar con la cuchara. -No sabes cómo te envidio, Lucrezia…-Comentó ella, con un tono de falso dramatismo imposible de disimular. -Tienes un matrimonio envidiable. ¡Ay! Si yo tuviera veinte años y diez kilos de peso menos, me habría encantado casarme con un marido como el tuyo.- Prosiguió ella, abanicándose el rostro con la mano como si estuviera ahogándose. -Tan guapo, tan caballeroso y gentil….  ¡Todo un buen prospecto! Eres muy afortunada, se nota que les va muy bien y que te adora.- Concluyó ella esbozando una sonrisa y Sforza, por simple cortesía, hizo exactamente lo mismo, fingiendo que estaba de acuerdo con ella.

Pero la realidad es que la perspectiva de Lucille distaba mucho de la realidad; ella no tenía un matrimonio perfecto,  nadie además de Benjamin y ella conocía lo precario de su situación actual. Puede que en algún lejano tiempo llegaran a amarse con verdadera devoción e intensidad, pero la pérdida sufrida… aquel terrible acontecimiento que intentaban superar aparentando que todo estaba bien no sólo los consumía a ellos, sino al inmenso cariño que alguna vez llegaron a profesar el uno por el otro. -Bueno querida, es tarde y debo irme. Mi marido no tarda en llegar y ya sabes lo furioso que se pone si no estoy ahí para recibirle.- Y dicho esto, acompañó a la visita hasta la puerta de entrada, deseándole lo mejor y enviando saludos al marido de ésta.

¡Cuánto deseaba Lucrezia estar en el lugar de Lucille!  Poder recibir a Benjamin cuando llegase del trabajo y que alguno de los dos mostrara algún tipo de emoción siquiera, algo más que el pesado silencio y la tensión que parecía envolverlos cada día más; extrañaba sus besos, sus abrazos, el sonido de su risa o simplemente verle sonreír pero no podía… le aterraba siquiera acercarse. Cerró la puerta tras de sí y se dispuso a ordenar el juego de té y los cojines de la sala, cuando escuchó la puerta abrirse una vez más. Miró el reloj y no se molestó en siquiera girar el rostro porque sabía claramente que era esa hora en que él volvía a casa. -Buenas tardes.-Susurró débilmente, sin siquiera mirar, sin dirigir ni de reojo la vista hacia él mientras le sentía acercarse. Por ilógico que pudiera parecer, rehuyendo su contacto, su sola presencia o encontrarse en el mismo lugar a la vez, le echaba de menos.

En la bandeja plateada colocó la jarra de té y las tazas, además del recipiente con los cubos de azúcar y las cucharas para retirarlo y despejar el área, ocupándose de no dejar siquiera el más mínimo rastro de suciedad ahí.  -Lucille le manda saludos.- Dijo, a sabiendas de que Benjamin estaba casi tan acostumbrado como ella a tener de visita a esa mujer por ahí. Pasó entonces a arreglar los cojines, estirándolos, golpeando para suavizarlos y ordenando por colores –o como mejor creía- cada uno de ellos para no romper la estética del lugar. Así de obsesiva era. -Los niños no están. Hoy irán de excursión en la escuela.-Le recordó, mientras se apuraba a ordenar a toda prisa, evitando en todo momento el contacto visual, temerosa de saber que por primera vez en esa casa, estaban solos.
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Nada es lo que parece ser... || Benjamin Empty Re: Nada es lo que parece ser... || Benjamin

Mensaje por Benjamin G. Lux Dom Nov 10, 2013 4:57 am

Nada de lo que hubiese sentido antes en toda su vida podía compararse a lo que había vivido en las horas, días, semanas y meses que llevaba sobreviviendo luego del incidente. Pensaba que su corazón se había roto antes de ello, en otras situaciones, que había aguantado las lágrimas suficientes para hacer que su pecho explotara de dolor, que su alma se había quedado sin vida durante algún tiempo, pero todo aquello no le había dejado tal sensación de vacío y muerte en su espíritu y su cuerpo entero como lo había hecho aquella tragedia. No recordaba demasiados detalles de lo ocurrido. Después de despertar del sueño inducido al que le habían sometido unas horas después, nunca pudo volver a dormir otra vez de otra forma que no fuera en asfixiantes pesadillas. Asistió al funeral mirando sin ver, oyendo si escuchar, apenas consciente de lo que estaban haciendo y de quienes le rodeaban. Creía recordar un firme apretón de Rodrigo Sforza, a los abuelos de Armand sin despegarse de él, pero ni siquiera recordaba si había habido alguien más. Ignoraba cómo les había explicado a los niños porqué su mamá demoraba más de lo esperado en el hospital, el motivo por el cual todavía no podían verla. Pasaba los días observándola en el hospital junto a ella, en una silla a su lado, esperando que el sueño le sirviera para calmar un poco su sufrimiento. Él deseaba a cada segundo poder inyectarse cualquier cosa que le hiciera dormir, escapar, días  y semanas de todo ello. Pero no podía. La vida seguía para todos los demás, algo que a él le parecía difícil de comprender en esos momentos en que su mundo se había detenido y destruido. Pero los niños debían dormir y levantarse cada mañana para ir a la escuela, hacer los deberes y comer como si nada hubiese cambiado en sus vidas, y eso era su responsabilidad, aunque a veces le pareciera absurdo y luego se tachara de egoísta.

Habían venido sus padres. Se alegraron de conocer a su nieto tan grande y fuerte y también a sus dos nuevos nietos. Le ayudaron mucho con ellos y las cosas de la casa, hábitos domésticos que él había olvidado completamente. – Recuerda que todo lo que estás sufriendo tú, ella lo sufrirá el doble – le había dicho su madre en más de una ocasión. – Lo sé – había respondido él. – No, no lo sabes – le había replicado ella acariciándole la mejilla y compartiendo con él más que palabras y caricias en aquel lenguaje que era sólo de los dos – Ella es su madre, tú nunca podrás entender qué significa eso. Su dolor debe importarte más que el tuyo. Ella es más importante que cualquier otra cosa en estos momentos. Recuérdalo siempre -. Y así lo había hecho. Luego de despertar a las tres cabecitas que invadían su cama cada noche, de bañarlos, vestirlos y llevarlos al colegio, se plantaba de punto fijo junto a la cama de ella todo el día. Apenas dormía, no comía, no le prestaba atención a nada más que a ella, siempre inmóvil, siempre fría. Poco a poco, ella comenzó a despertar. Y él tenía miedo de que lo hiciera y le odiara. ¿Cómo no le iba a odiar? Suya había siempre toda la responsabilidad. Desde el principio había sido su culpa, si él hubiese… si él solamente hubiese… Tenía los labios y los nudillos rotos de tanto mordérselos con desesperación pensando en todo aquello que había hecho mal, en todo lo que había hecho para que llegaran a esa horrible situación. Ella nunca se mereció algo así, ella no. Ella no.

Cuando ella había despertado finalmente, él tenía terror de su llanto, pavor a que le culpara, recelo de sus ojos fijos en los suyos. No había cruzado palabra, pero no fue necesario, las miradas de ambos se comunicaron transmitiéndole al otro todo lo que deseaba saber. Sus ojos le decían que lo rechazaba. Él no quería herirla en lo más mínimo, él cumpliría sus deseos hasta que un día pudiesen hablar de aquello. Si es que algún día podían hacerlo. Cuando salió de alta, se quedó en la villa. Los niños y él la visitaban a diario. Ellos sabían que su mamá debía descansar y que no debían darle problemas. Ellos, por su parte, no cruzaban palabra. Él solo la visitaba de lejos para asegurarse de que estaba bien. Cada rechazo, cada huida le dolía en el corazón como si le hubiese clavado un cuchillo con cada muestra de repudio. Él hubiese querido estrecharla en sus brazos y no soltarle nunca, hacer lo que fuera para que ella le perdonase, intentar volver a que fueran como antes, pero en aquellos momentos todo parecía muy lejano. Él la amaba, sin duda, nada había cambiado en sus sentimientos, pero no podía obligarla a estar con él y a perdonarle cuando cada día que pasaba se daba cuenta de que no podía existir reparación posible.

Había comenzado a trabajar otra vez. Sumido en las miles de actividades que requerían de su completa concentración durante el día, podía olvidarse por algunos minutos, poco a poco, del horror y la culpa que atenazaban su alma. Todavía se despertaba de sus pesadillas con la sensación de tener las manos cubiertas de sangre. Ella no mejoraba. Los días y las semanas pasaban, y no había cambio. Fue entonces cuando Rodrigo sugirió la idea que le hizo empezar a considerar otras opciones. Le comentó que tal vez sería mejor internar a su hija en un centro mental para tratar su apatía y depresión, que allí mejoraría en poco tiempo y podría estar contenta con sus hijos y con él otra vez. Y añadió que ya tenía apartado un cupo que no debía preocuparse por nada, que él se encargaría de todo. Le agradeció de forma torpe, pero declinó la ida de inmediato. Cuando llegó a casa, supo que debían irse de allí cuanto antes. Barajó las posibilidades de cambiar de ciudad dentro de la misma Italia, pero seguirían estando muy cerca del alero de los Sforza. El destino se hizo claro luego de unos minutos. Al siguiente día, pidió un traslado en el hospital. Un candidato a ser el director de un hospital de Nápoles podría conseguir algo rápido en algún hospital o clínica londinense sin muchas dificultades. Y así había sido. Sólo quedaba la parte más importante y crítica del plan.

Había sido atrevido aquella vez, avanzando hacia ella en medio de la sala en lugar de quedarse inmóvil cuando ella le huía. – Necesito preguntarle algo. Es sumamente importante – le había rogado en voz baja. Le había explicado la idea de Rodrigo a grandes rasgos, y le comentó su negativa. Le explicó que se irían con los niños. Le suplicó que considerara la idea de irse con ellos. En menos de tres semanas, él y los niños esperaban su llegada en aquella casa victoriana de los suburbios de Londres en la que había crecido. Allí los retazos de la tragedia no aparecían en todos los rincones, no se escuchaban en cada conversación. Allí el mundo parecía hecho de colores distintos. Su rutina no había variado demasiado de cuando estaba en Nápoles, pero ahora vivían juntos y, aunque no compartían dormitorio, estaban obligados a verse y a tratarse mucho más continuamente que antes. La tensión predominaba cada uno de sus encuentros, tan pesada y opresiva que no podían ignorar el hecho de que ambos se morían de dolor y que no podían decírselo, no podían consolarse mutuamente porque cada uno era la causa del dolor del otro.

- Buenas tardes – le respondió en tono neutro mientras se extrañaba que los niños no se escucharan por la casa y no saliera alguno a recibirlo ruidosamente, como acostumbraban a hacer. - ¿Vino Lucille? – preguntó algo ausente al escucharla – Claro, lo olvidé por un momento – se llevó una mano a la frente al recordar la excursión de los niños ahora que ella se lo decía. He ahí el motivo por el que los pequeños no estaban ni estarían en varias horas. Nunca antes se habían quedado completamente solos en aquella casa, y era la primera vez desde que todo había comenzado. Podía sentir su acostumbrado rechazo, y la observó en silencio mientras la veía ordenar los utensilios y los cojines. Se aclaró la garganta y suspiró en silencio. – Hoy se suponía que Giovanni me ayudaría a ordenar mi oficina… aún tengo todo en cajas y … le pedí ayuda para desempacar algunas cosas que necesito – comienza sin saber cómo continuar – Usted … ¿querría… usted… ayudarme con eso? – le preguntó en tono suave y algo tembloroso mientras baja la cabeza mordiéndose los labios nervioso. Deseaba desesperadamente que sus ojos le miraran con algo más que recelo, que su boca le transmitiera palabras más allá de las fórmulas de cortesía obligadas, que sus manos volvieran a tocar las suyas y sus labios a besar los suyos sin miedo ni rechazo. – Por favor – le pidió luego de un vacilante silencio. Necesitaba que ya no huyera, que por fin pudieran mirarse a los ojos con sinceridad, sin el velo ni la armadura que ambos se habían forjado para disimular la agonía que sentían.
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Nada es lo que parece ser... || Benjamin Empty Re: Nada es lo que parece ser... || Benjamin

Mensaje por Lucrezia S. Sforza Lun Nov 11, 2013 7:09 pm

La tensión era evidente en los dos y se presentaba de forma tan pesada, tan lóbrega que de pronto sentía que de un momento a otro terminaría asfixiándose por el aire viciado de aquella casa, cargado completamente con dolor, soledad, desesperación y por supuesto una latente angustia. En momentos como ese no podía evitar preguntarse si haberse mudado a Londres había sido una buena opción; aunque no extrañaba en lo absoluto Italia o a su familia y menos aún a Rodrigo Sforza, sus pensamientos viajaban muy constantemente hacia aquel cementerio donde descansaba el cuerpo de su pequeña bebé, protegido tan sólo por un ataúd y una cripta marmoleada donde claramente se leía “Constanze Stella Lux Sforza, amada y esperada hija, hermana anhelada. Familiares y amigos te recordarán siempre con cariño”. Ella no había asistido al funeral, pero sí a la cripta en ocasiones posteriores, aunque Benjamin no lo sabía.

Obligadamente tuvo que volver a situarse en la realidad para poder prestarle atención a la petición que le hacía. Estaba tentada a negarse, a decirle que se las arreglara por si solo o que si no, esperara a Giovani para que él le ayudase según lo acordado pero no lo hizo. -Está bien…- Murmuró quedamente, casi de forma imperceptible pero estaba segura de que había podido escucharla. Llevando el juego de té en sus manos, se dirigió entonces hacia la cocina y lo dejó ahí, encima de la pequeña mesa. Volvió entonces a donde él estaba pero no volvió a entrar en la sala, prefiriendo conservar las distancias antes que arriesgarse a rogar por un poco más de su cercanía, por uno de esos besos suyos, por una sola de esas palabras que tanto le agradaban. -Le esperaré allá.- Y sin más, dio media vuelta y caminó a la oficina.

Y aún mientras caminaba, al pasar cerca de las escaleras rumbo al otro extremo de la casa, estuvo a punto de subir por las mismas, encerrarse en su habitación y llorar hasta que no le quedaran más lágrimas, pero ya le había dado su palabra de que le ayudaría y eso era precisamente lo que haría. Abrió la puerta de aquella espaciosa oficina y entró, justo en el momento en que los pasos de Benjamin se escuchaban sobre la noble madera del suelo. Se hizo inmediatamente a un lado para dejarle pasar, evitando cualquier contacto pero siendo incapaz de prever que golpearía contra una pila de cajas y que éstas estaban a punto de caérsele encima. -Lo siento… creo que me he vuelto muy torpe.-Se excusó, intentando mantener apiladas todas esas cajas, usando ambas manos para sujetarlas. Cuando creyó que lo había logrado se apartó para mirar todo el caos.

Ahí, con excepción del escritorio, el ordenador, un librero tras de él y un par de sillas frente a la gran mesa, todo lo demás estaba dentro de cajas y envuelto en plástico con burbujas. -Creo que…-Murmuró dubitativa sin saber por dónde o cómo comenzar. -Podríamos ordenar todo definitivamente. Así usted tendrá un espacio funcional donde trabajar…- Se encogió de hombros y suspiró una vez más. “Trabajar” … aquella palabra le sonaba tan lejana, tan desconocida ¿Cuánto llevaba ella sin ocuparse de algo más que no fuesen las labores domésticas? Había querido tener su propia cafetería, incluso volver a la universidad –prueba de ello eran los trípticos informativos sobre Cambridge y Oxford que descansaban sobre el sofá- pero no lo había hecho. No podía hacerlo, todos sus sueños se habían roto, habían desaparecido como desaparece todo lo bueno. Como había desaparecido su matrimonio también aunque continuaran juntos, siendo simplemente extraños.

Sólo entonces se giró a mirarle, pudiendo notar en sus ojos azules la misma tristeza que sabía que había en los suyos; deseaba con todas sus fuerzas abrazarle y que le estrechara con fuerza, que le dijera que la amaba y que todo estaba bien entre los dos, que no había nadie más para él y que no lo habría jamás. -Señor Lux, yo…- No pudo continuar, el nudo en su garganta no le permitía articular palabra alguna, sólo balbuceaba. Lo amo… quería decir, pero no había modo, no había fuerza. No se sentía digna ni de mirarlo siquiera porque lo había herido, no había sido lo bastante fuerte como para ayudar a Constanze a aferrarse a la vida, a luchar. Y por eso ella sentía que su actitud tan débil en aquel momento le había arrebatado la felicidad no sólo propia, sino también la de él, simplemente se odiaba.

Retrocedió unos pocos pasos y prefirió concentrarse en ir sacando de aquellas cajas todos los objetos que habían traído consigo. -Cuanto más rápido lo hagamos, mejor.- Suspiró, comenzando a desempacar poco a poco, soplando sobre cada cosa para quitarle el polvo, hundiéndose en esa mar de trabajo y ocupaciones para no pensar, para no sentir en lo absoluto y para no caer en la tentación de arrodillarse ante él para suplicarle que volviera a amarla.
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Nada es lo que parece ser... || Benjamin Empty Re: Nada es lo que parece ser... || Benjamin

Mensaje por Benjamin G. Lux Mar Nov 12, 2013 5:42 am

Por un momento temió su negativa. Era lo más probable que ocurriese, ella no deseaba estar con él en ningún lugar tan cerca, y menos a solas. Así había sido desde que había comenzado todo. Le sorprendió que aceptara, aunque fuera con un tímido asentimiento. Él intentó sonreír, pero sus labios no se movieron. Sólo atinó a asentir con la cabeza cuando ella anunció que le esperaría allí y subió torpemente las escaleras para ir al cuarto a cambiarse la ropa por una más cómoda antes de ponerse a ordenar. Se quitó los zapatos y los guardó en el armario de la pequeña habitación que utilizaba, cambiándose también el saco y la camisa por una camiseta y los pantalones por unos jeans, quedándose descalzo solo con unas zapatillas de andar por la casa para salir luego y dirigirse a la oficina.

Ella ya estaba allí, y apretó los labios al verla apartarse para dejarle entrar. Era como si temiese siquiera tocarlo… era como si le repulsara. Todo había sido su culpa, y con ello se lo volvía a recordar. – No se preocupe – murmuró con un hilo de voz cuando ella chocó con las cajas y él sujetó unas que estaban más arriba de su cabeza para que no le cayeran encima. Las dejó en el piso y luego avanzó por la oficina observando los espacios que disponían para ordenar todo allí. No tenía demasiadas cosas, pero sí varias cajas estaban llenas de libros que era necesario ordenar. De una bolsa sacó un paño y comenzó a limpiar la tierra que se juntaba en el escritorio y el escaso mobiliario con que contaba la amplia habitación. Y entonces sintió su mirada en la suya, sin rehuirle, y él también giró la cabeza para encontrarse con sus ojos de cielo clavados en los suyos.

¿Cómo resistir su mirada sin lanzársele a los pies para suplicar su perdón? ¿Cómo explicarle que sin continuaba un día más con su indiferencia no podría soportarlo? Se mordió los labios en cuanto la escuchó. Sonaba tan distante que dijera su nombre de esa formal… pero al menos le había hablado, ella… quería decirle algo. Y él también. Pero no se veía capaz de pronunciar las palabras necesarias, no quería seguir hiriéndola… la decisión que ella tomara, él la aceptaría sin más, él quería que ella fuera feliz luego de todo lo que había sufrido a su lado. Asintió pesadamente luego a su afirmación, sí, mientras antes comenzaran, más pronto terminarían. Aunque no estaba seguro de que quisiera que ella dejase la habitación en esos momentos, no cuando por fin la tenía tan cerca. La extrañaba tanto… agonizaba por poder tocar una de sus manos allí mismo, y estaba tan cerca… pero es como si una pared invisible pero indestructible los separase irremediablemente.

Abrió una caja y lo primero que sacó fue una fotografía enmarcada de los tres niños tomada hacía un par de meses en la playa de las afueras de Nápoles. Sonreían. Estaban contentos, estaban felices. Ellos no se merecían sufrir por los problemas de ellos. Stella también hubiese estado en esa instantánea. Pero no estaba. La habían perdido, y ese hecho todavía hacía que su corazón sangrara una y otra vez como una herida incurable. Observó la fotografía en silencio y luego la dejó encima del escritorio, en donde habría de quedarse para observarla siempre que lo desease. Sacó con lentitud el resto de cosas de la caja: un par de libros, un lote de revistas, algunos papeles. Se dirigió a la otra caja y necesitó abrirla ya que estaba sellada. Miró a su alrededor y vio el cúter junto a las cajas que ella había estado afirmando hacía unos momentos. - ¿Podría… alcanzarme el cúter… por favor? – la miró con vacilación, con la respiración entrecortada, totalmente nervioso. No sabía realmente cómo reaccionar. Le hubiese dicho todo lo que su alma sentía, pero no podía… no se sentía capaz de hacer otra cosa que no fuera fingir normalidad con el objetivo de no desfallecer de dolor allí mismo. No podía permitirse perder la cordura… no podía, tenía otras responsabilidades más importantes que él mismo. Ella era más importante que él, su dolor lo era más que el suyo, y él no iba a flaquear primero, él tenía que ser fuerte por los dos, por los cinco.
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Nada es lo que parece ser... || Benjamin Empty Re: Nada es lo que parece ser... || Benjamin

Mensaje por Lucrezia S. Sforza Miér Nov 13, 2013 4:27 pm

Quedarse a solas con él en aquella casa no estaba resultando tan malo como había previsto y no pudo evitar sonreír para sí, contenta de que al fin pudieran haber intercambiado algo más que monosílabos o palabras de cortesía; por fin después de todos esos meses habían conseguido hilvanar alguna frase aunque sólo fuera referente al tema de la organización en aquel despacho. Mientras se arrodillaba frente a una de las cajas, sacó de esta un enorme cuadro de madera, con grabados tallados sobre la misma y cubierto por un cristal, protegiendo del desgaste, el polvo y la suciedad una gran fotografía del día más especial para los dos: El retrato de bodas. Aquella imagen los mostraba felices, mirando al frente, sonriendo ampliamente, con las manos entrelazadas; ella sentada y él de pie, pero se les notaba lo enamorados que estaban, lo increíble y mágico de ese momento capturado ahí.

Acarició con los dedos aquella cristalina superficie y por un momento se permitió esbozar una ligera sonrisa, una que desapareció en cuestión de segundos en el instante en que él precisó pedirle el cúter. Tomó el artefacto entre sus manos y miró fijamente a Benjamin, con una mezcla de exasperación y rabia, todo a la vez. -¿Eso es todo? ¿Meses sin cruzar palabra y cuando por fin lo hacemos sólo se le ocurre pedirme el cúter?- Incrédula, sacudió la cabeza en señal de negación, lanzando un largo suspiro. Miró hacia un lado a otro, del cúter a él y viceversa. Apretó entre los dedos aquel instrumento y observó por un instante su muñeca desnuda, expuesta. “Será rápido… un corte en vertical y todo terminará, él no podrá salvarte…” Aquella voz en su cabeza no la dejaba en paz, instándola a acabar con todo, a descansar finalmente con Stella.

Pero no podía, después de todo aún quedaba mucho por qué luchar o cuando menos eso quería creer; le había jurado fidelidad y amor eterno y quería cumplir con aquella promesa, pero él parecía mucho más interesado en terminar de desempacar. Como ni siquiera precisó de utilizar aquel cúter, lo mantuvo cerrado y sin más, lo arrojó directamente a la cabeza de Benjamin, tal y cómo había hecho en una anterior ocasión, pero aquella vez se habían tratado de llaves. Cómo era de esperarse –por su mala puntería y los buenos reflejos de él- aquel golpe no llegó a darle. -¡No fue mi culpa! ¡Yo no la maté! Yo había preferido mil veces morir antes que lo hiciera Stella.- gritó ella, comenzando a sacar de las cajas algunos libros y volviéndolos a lanzar directo a la cabeza de Benjamin. -Ya no puedo más…- Susurró ella, sin atreverse a mirarle siquiera.

Se dejó caer al suelo y permaneció ahí, recostada en posición fetal y abrazándose las rodillas, siendo incapaz de girar la vista en dirección a él. Aquella herida en el corazón dolía demasiado, era como si su pecho quemara cada vez que recordaba la voz de Rodrigo informándole de la pérdida, diciéndole que había sido una mujer débil dejando que su hija muriera; segundos después recordaba la cripta, las rosas que adornaban el último sitio donde su hija descansaba. -Y usted…. ¡Usted me culpa también! Por eso no se acerca, por eso me repudia. Yo no… no tengo la culpa…- Seguía ella diciendo, arrodillándose esta vez entre las cajas, lanzando muchos más libros. Se puso en pie y lentamente fue hasta él, mirándolo de frente por primera vez, con los ojos llenos de lágrimas. -Le…dejaré ser libre. – Murmuró apenas. -Sé que quiere abandonarme, no lo culpo.- Terminó por decir.
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Nada es lo que parece ser... || Benjamin Empty Re: Nada es lo que parece ser... || Benjamin

Mensaje por Benjamin G. Lux Jue Nov 14, 2013 2:49 am



No se había dado cuenta hasta que se volvió a ella para pedirle el cuchillo el objeto que ella tenía en sus manos y rozaba con sus dedos cuidadosamente. Era el retrato de su boda, el que tenían colgado en medio de la sala de su casa de Nápoles y el mismo que había empacado con cuidado en una caja que ahora yacía abierta a los pies de ella. Se quedó inmóvil observando el cambio en las expresiones de ella, tan increíbles. ¿Podría ser que estuviera un poco contenta viendo aquella fotografía? De menos, no la había tirado al piso haciéndola añicos. Eso era una buena señal, creía él. Pero entonces sus rasgos se endurecieron y vio sus ojos mirarlo con furia, con rabia. No comprendió sus palabras. ¿Por qué estaba tan enfadada por algo así? Meses sin hablar… ¿sólo habían sido meses? A él le parecían que habían sido años. Largos años de silencio y tensión, de angustia y dolor. Alcanzó a esquivar el cúter, pero luego se quedó quieto sólo protegiéndose la cabeza con una mano cuando ella comenzó a lanzar los libros. La mayoría le caían en la espalda, pero ninguno iba con demasiada fuerza. Por él, podría haberle lanzado piedras o cuchillos y sería un justo castigo por todo lo que había hecho.

Pero luego sus palabras fueron las que la hicieron mirarla con sorpresa y casi con estupor. No, ella no podía estar diciendo esas cosas. ¿Su culpa? ¿Ella pensaba que era su culpa? No entendía nada. ¿Por qué entonces le huía?... ¿Acaso ella siempre se culpó? No acudió de inmediato en cuanto ella tocó el suelo, no podía moverse, no podía aún creer lo que escuchaba. Un par de libros más le pegaron en las rodillas y en la cintura, pero apenas los notó, seguía observándola sin poder articular palabra para responderle. No entendía sus reacciones, no comprendía su pensamiento. Pero entonces ella se levantó y pudo ver en sus ojos profundos el más puro dolor que alguna vez hubiese visto. Y aquello le llenó de una angustia inexplicable y tan inmensa que se sintió temblar de pronto con fuerza.

- No… - negó con la cabeza trémulo, con la voz ronca, intentando aspirar el aire suficiente dentro de su pecho apretado para poder explicarle todo lo que debía – No  - le repitió tomándola de los hombros sin darse cuenta, mirándola fijamente a los ojos, completamente dolido y angustiado – Yo no la culpo. Yo no la culpo. ¿Cómo… - su voz se quebró e intentó recomponerse de inmediato - ¿Cómo puede usted… pensar algo así? – murmuró con un hilo de voz son despegar su mirada de la suya, completamente absorto en su dolor que compartía como si estuvieran físicamente unidos – Y no quiero… dejarle – la idea le repugnó, le parecía inconcebible, no comprendía de dónde sacaba ella todas esas cosas. Se dio cuenta de que estremecía sus hombros con sus manos y la soltó torpemente, intentando respirar con normalidad para calmarse. Seguía tan confuso como al principio. ¿Cómo ella podía pensar esas cosas? ¿Cómo…? ¿Es que acaso había estado malentendiendo todo desde un principio?

- Yo no la culpo – repitió en un murmullo suave y débil, como si sus fuerzas se hubiesen acabado de pronto – Soy yo… quien tiene toda la culpa. Por eso pensé… por eso pensé que usted huía de mí – la miró a los ojos, completamente destrozado – Por eso pensé que… no quería verme más. Yo tengo toda la culpa, no usted… nunca usted – intentó explicarle con la voz quebrada – Yo no quiero dejarla… yo… - se apoyó en el escritorio a sus espaldas y se llevó las manos al rostro mordiéndose los labios – Yo la amo – juntó las palmas de las manos frente a su rostro mirándola y sintiendo que un vacío enorme e imposible de superar se abría justo delante de ellos, tragándoselos a ambos para separarlos o para unirlos irremediablemente – Yo la amo – repitió negando levemente con la cabeza sin comprender cómo un hecho tan simple y tan llano como eso había sido olvidado para ambos.
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Mensaje por Lucrezia S. Sforza Sáb Nov 16, 2013 10:18 pm

Un estremecimiento leve le recorrió el cuerpo por completo, desde la punta de los pies hasta la coronilla, dando paso después al sobrecogimiento propio de tanta angustia, de tanto dolor reprimido durante tantos meses, sufriendo en silencio no sólo por haber perdido a su pequeña hija, sino también a sus tres hijos y su matrimonio. Le dolía en el alma todo aquello y lo peor del caso era que no sabía cómo hacer para que las cosas mejoraran o cuando menos para que las cosas volvieran a ser lo que era. -Usted no tiene la culpa de nada...-Susurró ella para animarle, para que no se sintiera igual de culpable como se había sentido Lucrezia en los últimos meses. Él no se merecía más que cosas buenas, era una gran persona y ella le estaba dejando a la deriva, completamente solo sin más.

Fue entonces cuando comprendió todo el daño que había hecho durante ese tiempo ignorándole, lastimándole. Ya era tiempo de recomponer las cosas, de aprender a sobrellevar esto lo mejor posible y por supuesto, de iniciar otra vez. -Lo amo… - Susurró ella mientras volvía a acercarse a él, rodeándole la nuca con ambos brazos, acercando su rostro al ajeno sólo para dar un ligero roce a la punta de su nariz, de forma tierna, como si quisiera primero dar lugar a un pequeño juego entre los dos. [color=mediumorchid]-Nunca dejé de amarlo y durante todos estos meses he pasado soñando como sería volver a estar cerca de él. Sin más, sujetó su rostro con ambas manos tras la nuca y fundió sus labios con los suyos de forma descuidada, completamente carente de tacto, un beso que reflejaba la imperiosa necesidad por tenerle cerca, por volver a probar el sabor de esos labios que había extrañado tanto.

La necesidad de aire fue aquello que finalmente logró separarla de sus labios y negó con la cabeza mientras retomaba la distancia, pero no dejó de abrazarle. Respiró profundamente e inhaló su aroma, sintiéndose como una especie de dependiente regresando a su adicción y de cierto modo, él era eso para ella. Su adicción… ¿Cómo si no podía explicarse esa manera de necesitarle tanto y tan intensamente? -Quiero recuperar lo que teníamos, a nosotros… nuestra familia. Quiero que hagamos todo lo que no hemos hecho en meses. Ya no quiero estancarme en el pasado.- Y aunque su voz sonase tan atropellada, con las palabras escapando de su garganta a tropel y sin ningún sentido, ella sabía bien que Benjamin entendería lo que trataba de decir. Y aunque la habitación entera estaba más desordenada que en un principio, con todos los libros tirados, le pareció la estancia mucho más hermosa en aquel momento.
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Mensaje por Benjamin G. Lux Dom Nov 17, 2013 3:19 am

Oír su voz otra vez le pareció semejante a encontrar un oasis en el desierto luego de meses de búsqueda y padecimientos. "Lo amo" había dicho ella con voz suave, llenando su alma de una calidez que hacía mucho tiempo que no sentía y que nunca esperó que le volviese a ocurrir. Ella lo amaba, a pesar de todo, ella le amaba. Y no le culpaba. Aunque él seguía culpándose, ¿quién si no? Era menos doloroso echarse la culpa de todo que creer en un destino caprichoso que los había elegido a ellos para hacer caer en sufrimiento y el dolor. No tenía sentido. Y luego, algo aún más maravilloso ocurrió. De pronto, sus brazos le rodearon y su aroma, distante hacía meses, le envolvía muy de cerca abrazándole con fuerza sin querer dejarle ir. Sus labios llenaron los suyos y le besaron como si se le fuera la vida en ello, y era así. Él también reaccionó de inmediato a recorrer sus labios con desesperación, una y otra vez, reencontrándose con su piel suave y cálida, llenándose de su sola presencia.Su ausencia le dolía más que nunca en el pecho a pesar de que tenía el antídoto justo al frente.

Ignoraba cómo había sobrevivido todo ese tiempo sin sus labios, sin sus abrazos, sin sus palabras. Le parecía inconcebible en esos momentos haber soportado tanto tiempo la soledad. Ni se acordó de respirar hasta que ella se apartó con dificultad y él se percató de que su pecho estallaría si no aspiraba aire en un segundo más. Así lo hizo, y se perdió rápidamente en sus ojos de cielo. - Me parece bien - murmuró sobre sus labios - La he extrañado tanto... tanto... - tomó su rostro entre sus manos mientras volvía a besar y morder sus labios con desesperación - Tanto... - mordió su labio superior sin mucho cuidado mientras la abrazaba ahora de la cintura y se apoyaba en el escritorio a sus espaldas llevándola consigo - Pensé que... me odiaba - murmuró entrecortadamente sin querer separarse de sus labios más de lo necesario - por eso... me huía... la extraño... la amo... la amo...  - sus palabras le dolían en el pecho, pero no podía contenerlas sin pasar por un tremendo padecimiento como si le quemaran en los pulmones.

Ella tenía que saberlo, él tenía que saber también todo por lo que ella había pasado. Su alma muerta se sentía revivir con cada uno de sus besos. Estrechó aún más su cintura contra sí y se deslizó para besar y morder su cuello como hacía meses que no lo hacía, sintiéndose como si lo hiciese por vez primera al mismo tiempo que sabía que aquel había sido siempre su lugar. La necesitaba, siempre la necesitó. Cuánto deseaba haber estado así entre sus brazos desde el primer día en que todo había comenzado. - La amo - murmuró con un hilo de voz dolida y triste, comunicando el único hecho que tenía por cierto en esos momentos.
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Mensaje por Lucrezia S. Sforza Dom Nov 17, 2013 8:31 pm

Dejándose llevar por él hasta el borde de aquel escritorio, le abrazó con fuerza sin querer separarse un solo centímetro de él. No podía ni quería tener más distancia después de tanto tiempo lejos, tratándose como dos extraños. Era algo completamente ilógico el hecho de que teniéndolo tan cerca, sintiera que aún quedaba mucha más distancia entre ellos que salvar. Por ello, sonrió divertida al sentir cómo se deslizaba hasta su cuello, ladeando la cabeza para darle espacio, dejándole hacer todo cuánto quisiera con ella porque le pertenecía. Toda ella era de él, él era su único dueño indiscutible y estaba segura que aquel dejo de posesión era recíproco, que ambos se pertenecían de una manera tan absoluta que era imposible creer que existiese una relación así, donde únicamente uno necesitara del otro para poder continuar y sin embargo, ellos eran la prueba irrefutable de que eso era totalmente posible.

Acariciando su cabello suavemente, tiró de las hebras oscuras del mismo y se acercó a su barbilla para morderla, para dar ligeros y suaves besos, ocasionales lametones furtivos a su piel. -Deberíamos limpiar…- Susurra divertida, traviesa. No, no tiene la menor intención de siquiera seguir desocupando cajas y ordenando los libros que le arrojó en primera instancia. En lugar de ello, se sujeta de su pecho y recorre el borde del cuello de la camisa lentamente. Ríe un poco y suspira sobre su piel, descendiendo hasta donde sus manos han acariciado antes, llevando sus labios para explorar esas zonas de su piel que sabía bien cómo hacer estremecer con tan solo pasar los labios para ir acariciándole. -Sí, tal vez deberíamos comenzar a ordenar la habitación.- Continuó ella, llevando dos de sus dedos para tamborilear los mismos en el pecho de Benjamin hasta ir ascendiendo a las mejillas, acariciándolas tiernamente.

Decide jugar con él un poco más y se separa, dirigiéndose a recoger los libros que se han quedado en el suelo, dirigiéndose al librero para acomodarlos; mientras lo hace, le dirige miradas de picardía, está comenzando a tentarle, y deliberadamente sus movimientos inducen a pensar que ella quiere que él se acerque, parece entretenida en ordenar sus libros, pero por otra parte también está pendiente de él. -¿Me ayuda? Tengo un libro que debe ir hasta el final, pero no alcanzo. Tal vez si me alza un poco en brazos pueda llegar…- Comentó ella dubitativa, notando como se acercaba y cómo sujetaba su cintura para ayudarle a subir. Mordió su labio inferior y dejó escapar un suave gemido, estremeciéndose en sus brazos, sumamente deseosa y es que la idea de estar entre ese librero y su cuerpo es bastante excitante.
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